viernes, 24 de febrero de 2012

UNA EXTRAÑA DICTADURA. VIVIANE FORRESTER.

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Tuvimos la dictadura de Gerardo Machado, duro menos de una decada, la de Fulgencio batista igualmente corta, y ahora estamos en esta tercera que lleva mas de 50 anos, pero desgraciadamente nos amenaza aun algo peor les dejo con el estos parrafos de un interesante libro:

Una extraña dictadura
Fragmento de Una extraña dictadura, un alegato contra la dictadura, el totalitarismo y la especulación económica.
- Autor: Viviane Forrester
En esta época de política única, globalizada, ¿sabemos bajo cuál régimen vivimos? ¿Advertimos que se trata de un régimen político y cuál es su política? ¿Nos preguntamos qué función puede tener la pluralidad de formaciones diversas, indispensables para la democracia, ahora que reina de manera cada vez más abierta la afirmación, que sería blasfemo rechazar, de que la economía de mercado representa el único modelo posible de sociedad?

“No hay alternativa a la economía de mercado”: pretender que existe un solo modelo de sociedad, sin alternativa, no sólo es absurdo sino directamente estalinista. Y esto es así, cualquiera que fuese el modelo propuesto. Es un discurso dictatorial que sin embargo define el espacio en el cual nos encontramos confinados. Un espacio que en apariencia no depende de ningún régimen. Pero la economía no ha triunfado sobre la política. Lo contrario es verdad.

No asistimos a la supremacía de lo económico sobre lo político, sino por el contrario, a la relegación del concepto mismo de economía, que cierta política trata de sustituir por los dictados de una ideología: el ultraliberalismo.

La globalización parece estar generalizada y asociada con la economía y no con la política, pero en realidad no se trata de la economía sino del mundo de los negocios, el business, que hoy está entregado a la especulación. Y a su vez es una cierta política, la del ultraliberalismo, la que intenta –por ahora con éxito– liberarse de toda preocupación económica, desviar el sentido mismo del término “economía”, antes vinculado con la vida de la gente y ahora reducido a la mera carrera por las ganancias.

Un ejemplo del ostracismo de la economía verdadera y la ineficacia arrogante es el triunfal “milagro asiático”, tan festejado, exhibido como prueba indiscutible de los fundamentos ultraliberales. Y su derrota. La conversión brutal del “milagro” en un fiasco preocupante. Ésta es una situación que se ha vuelto clásica: en función de las ganancias, se pretende exportar un sistema económico sin tener en cuenta la población. De ahí la implantación brutal, colonialista, en regiones incompatibles, de mercados ávidos de mano de obra con salarios de hambre, sin garantías laborales ni leyes de protección social, que son consideradas “arcaicas”. Estos mercados están ávidos de la “libertad” pregonada por los exegetas del liberalismo; una “libertad” que permite suprimir la de los demás al otorgar a unos pocos todos los derechos sobre la gran mayoría. Una “libertad” que permite en ciertas regiones del globo aquello que prohíben en otros los progresos sociales tachados de “arcaicos”.

Como resultado, se obtienen ganancias alucinantes en tiempo record y, en el mismo lapso, la derrota absoluta, el derrumbe lamentable de la apoteosis asiática, modelo ejemplar del sueño liberal. Quedan de ello las gigantescas megalópolis, soberbias y desiertas, incongruentes en esos lugares, y la miseria agravada de los pueblos. Mientras los campeones de esta epopeya, incapaces de controlar o siquiera comprender el desastre, indiferentes a los pueblos sacrificados, sólo se interesan por remendar unos mercados financieros cuyos caprichos resisten cualquier intento de manejarlos. Y de huir o adquirir por monedas los restos de esos países en liquidación. Una vez más, el ultraliberalismo pretendió hacer economía y sólo hizo negocios. Pretendió hacer negocios y sólo hizo especulación.

A partir de estas confusiones y engaños se despliega, de manera inadvertida, una política destructora de las demás, que después de anularlas y sustituirlas puede pretender que no queda ninguna política, ni siquiera la que ella misma encarna y que reina, única y disimulada, sin temer oposición alguna.

Semejante neutralización de la política proviene evidentemente de una resolución extrema que sólo mediante una acción y propaganda exacerbadas puede lograr su objetivo, el de un régimen político único, vale decir totalitario, que reina sobre un vacío. Es un régimen autoritario capaz de imponer las coerciones reclamadas y otorgadas por su poder financiero sin poner de manifiesto el menor aparato, el menor elemento que deje traslucir la existencia del sistema despótico instaurado para implantar su ideología imperiosa. Esta política se pretende “realista” a la vez que impone una indiferencia asombrosa respecto de la realidad.

Es una política única, dispuesta a divorciarse de la democracia, pero por ahora lo suficientemente poderosa para no interesarse en hacerlo. “Una política”, digamos mejor un nuevo régimen, oculto detrás de hechos económicos supuestamente ineluctables, tanto menos advertidos por la sociedad por cuanto ésta respira y circula en una puesta en escena y una estructura democráticas. Lo cual no carece de importancia; lejos de ello, debemos conservarlas a toda costa mientras aún haya tiempo para liberarnos de este régimen, de esta extraña dictadura que cree poder darse el lujo, mientras sea poderosa, de mantener el marco democrático.

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